Ayer me desvirgué. Fue en el fútbol. Entre una maraña de hombres sudorosos, en un césped casi perfecto, y con miles de ojos atentos a todo lo que sucedía. Sí, me desvirgué. Era mi primera vez. Aunque parezca mentira.
No había ido nunca a un partido en la Romareda, ese Estadio tan triste, tan cutre, y tan entrañable a la vez. Porque, pobres enfermos, que harán el día que el nuevo Estadio se construyea en San José.
En fín, pues eso, que allí estaba yo. Con Juan, Ramón, Ana y Antoñito. Rodeada de gente, pero con cuatro fichajes detrás de lo más interesantes. Pobre Celades... pobres sus oídos...
Digo yo, como va a atinar un jugador a meter un gol, si hay cuatro mil pavos poniéndolo a parir en ese mismico momento. Qué tensión, qué nervios, qué todo...
Los del Zaragoza, unos juláis que te cagas, casi hacen que mi primera vez fuera una mierda, hasta que claro, llego el clímax, el orgasmo, en los últimos treinta segundos, con ese gol, que yo creo, lo metió la Pilarica.
Varias cosas curiosas en esto del futbol. Todos los tios se convierten en supermister y saben en todo momento lo que el verdadero entrenador debería hacer. Allí, por supuesto, no existe la objetividad. Si el arbitro tiene razón, pero perjudica a tu equipo, es un hijo de puta, si no tiene razón, también es un hijo de puta. Cuánto insulto gratuito...
Pero claro, la gente porque va al fútbol? Pues para descargar el estrés de toda la semana...
En fín, que propongo hacer un engendro entre los toros de San Roque y el Fútbol de la Romareda... más charangas, neveras llenas de alcohol y tios en pantalón corto, eso sí, por favor, que alguién ponga pantallas gigantes o los nombres de las camisetas con luces de neón, porque yo, sino, me pierdo.
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