viernes, 21 de octubre de 2011

Terror, nunca más

La historia nos ha dejado tantas heridas que los resquicios que le quedan a la esperanza son pocos. Desde ayer hay momentos en los que me paró a pensar, derramó alguna lágrima y no sé si creer.
¿Se termina el terror y el dolor? ¿Puede alguién creer a aquellos que nos han golpeado dónde más duele? Qué han causado el miedo y el odio para no lograr nada. O sí. Para lograr unir al resto. Me gustaría que en ese comunicado nos hubieran mirado a los ojos, que ése fín venga sin condiciones. Que nadie juegue con la paz, y que nadie haga brindis al sol. Que el terrorismo no entré en la ploítica y viceversa.
La memoria está presente, y sobre todo la de las más de ochocientas víctimas. Me hace sonreír un pensamiento: que Lucas no sepa nunca que su padre tenía que cambiar de itinerario para ir al trabajo. Que no sepa cómo eran las miradas o el silencio que nos invadía tras un atentado. Tras un tiro en la nuca. Tras una tregua rota...
Memoria y nada de pagos. Y fuera capuchas, que nos miren a los ojos. Es lo que necesito para creer en las palabras de aquellos que creyeron que el terror era la salida.
Gracias a aquellos que han hecho que llegaramos aquí. A todos. Especialmente a algunos y espero que no hagan que me arrepienta.

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jueves, 20 de octubre de 2011

El mundo se quedó quieto durante unos instantes. La esperanza surgió entre las sombras y lanzó el calor de los sueños al aire. Por un tiempo sintieron que nada malo podía llegar, que los miedos se esfumaban y las lágrimas quedaban atrapadas en las alcantarillas. No hubo heridas nuevas, ni rasguños, y las mentiras se esfumaron. Nadie tembló. Comenzaron a vivir y solo miran al cielo pidiendo que las heridas viejas cierren y nunca nadie pueda sufrir ante el futuro...

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Pendiente

¿Cómo sostienes el mundo cuando sientes que se te escapa?

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viernes, 14 de octubre de 2011

Había estado tan pérdida que ahora se sentía tan cansada como si miles de olas la hubiesen golpeado contra las rocas.
Pero una noche las dudas se esfumaron. La luna debía de brillas más que nunca. Y volvió a quererse.
Por eso, aquella mañana, salió a la calle. Pisoteó sus miedos y las debilidades que la acechaban. En la calle el sol golpeaba con fuerza. La calle olía a flores. Y su corazón, rocoso, dejó de pesarle en el pecho.
Ya no le daba miedo que no la quisieras. Porque no sabía siquiera lo que quería.
Pensaba que debía beber más agua, porque así, quizás déjase de sentirse como un pez fuera del agua.
También pensaba que si deseaba algo con todas sus fuerzas, sucedía. Pero veía nacer en alguién a quién quería con locura la felicidad y olvidaba sus planes. Ella no tenía la culpa de ser un alma inquieta que caminaba sin saber muy bien donde iba a ir a parar. Pero cuándo más perdida estaba, se encontró una noche a aquellos que la querían y sintió que todo, incluso el mundo bajo sus pies, dejaba de temblar.