Hay veces que desaparezco. Me siento pequeña, y me gustaría convertirme en una brizna de aire que viajará por los lugares sin apenas dejar huella. En esos momentos me invade el silencio. Me abstraigo y miro dentro de mí.
Entonces veo el abismo. No encuentro nada y me pierdo en unos sentimientos que no me dejan salir.
Nunca sabemos bien lo que queremos. El hacerlo bien o mal marca nuestros actos, y muchas veces, por pequeño que sea el momento, acabamos pensando si hubiese sido distinto si la decisión hubiera sido otra.
Ahora no me entiendo. Me busco y no me encuentro. Tampoco sé que hacer contigo, porque no sé muy bien que hacer conmigo. No sé que haré mañana, ni que harán los de mi alrededor.
La duda es mala compañera de viaje, igual que el miedo o el temor. No te dejan espacio en la maleta y acabas tirando de ella sin soportarla.
Me cuelgo de una esperanza, una luz que encuentro en el caminar, para no pensar más que la soledad que me acompaña es un fantasma.
Corazas que pesan más que las cargas que nos ponemos y sensaciones contradictorias que se mantienen. Amores que se apagan y sueños que se desvanecen.
Tenerte, perderte, buscarte, soñarte, o ignorarte. Nunca sé muy bien que haré ni que hacer. Me enredo en un laberinto que hace que me confunda.
No me busques más. No me pienses. No me clames.
Porque a veces, me pierdo. Desaparezco. Enmudezco. Tiemblo. Y al poco, ya no me acuerdo.
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