Una vez exisitió una Princesa que no era como las demás.
Le gustaban los caramelos de limón ácido. Corría con sus zapatos de charol tras las gallinas. Se bañaba con su mejor vestido en el río. Sentía frío cuando hacía calor, y se achicharraba en invierno. Veía en la oscuridad, y se sentía a oscuras durante el día. Relataba los mejores sonetos de amor del reino con apenas cinco años. Y pintaba espadas y lunas rotas en las servilletas de palacio.
Conforme pasaban los años, olvidó incluso su propio nombre, y poco a poco, se iba apagando. Su última risa se escapó una tarde junto al río, y sus lágrimas quedaron colgadas de un hilo de su almohada.
Sus padres no sabían que hacer con ella.
Pero cuentan, que en otro reino cercano, vivía un principito triste.
Contemplaba embelesado las puestas de sol. Los días de lluvia se vestía el bañador y salía a la plaza del castillo. Perseguía estrellas con cazamariposas. Le encantaban los helados de fresa y pistacho. Preparaba los mejores sanwiches de nocilla y hierba para las ovejas del reino, que crecían frescas, lozanas y felices. No le importaban los ejércitos, y sólo preguntaba a sus compañeros de clase sobre el sabor de las nubes, sus colores preferidos, o cuál era la utilidad de un corazón roto.
El principito dejó de jugar, de correr, de bailar, de canter, y se volvió poco a poco, casi casi invisible.
Los médicos los visitaban en cada uno de sus reinos. Y nadie sabía muy bien lo que les pasaba. Su salud era fuerte. Pero ellos, parecían cada vez ser más débiles.
Cuando la Princesa cumplió los trece años paseaba por el bosque, y se encontró con una mujer. Era de la Hermandad de las Madalenas. La sabia se acercó a la famosa princesa sin risa y le susurró unas palabras...
La chica salió corriendo hasta palacio. Cogió una maleta que tenía guardada bajo la cama y se personó ante su padre.
- Debo marcharme.
La Reina discutió con ella, era demasiado joven para viajar, pero el Rey, la contempló durante unos minutos. Y ordenó a cuatro de sus hombres que viajarán con la princesa. Eran el cocinero, el cronista oficial del reino, el soldado más valiente de palacio y la joven que ordeñaba las vacas. Emprendieron viaje hasta un reino cercano. Allí, pidieron una recepción con el rey y el principito.
El Rey les preguntó cuál era el motivo de su visita.
La joven princesa dió un paso al frente y sacó su pequeña maleta.
- Necesito mostrarle mis tesoros al principito.
- Él no tiene tiempo para eso. Es ya casi invisible. No necesita tesoros.
- Si los necesito- se oyó una voz en la sala.
La Princesa sin risa y ya sin nombre... abrió su maleta.
- En este frasco de cristal está el primer beso que le daré. Aquí con este lazo, guardo el primer abrazo, en éste marco colocaré su fotografía, esta cucharilla es para tragarme la única lágrima que le haré derramar, cuidó a temperatura ambiente este caramelo de café con leche para que no se derrita porque sé que es su preferido, le encantan las fresas por eso ordenaré cultivar millones en el bosque junto a palacio, llenaré una piscina de gotas de lluvia, y se acabarán los ejércitos...
Conforme la Princesa iba relatando el contenido de su maleta, el Principito iba tomando forma...
Todos en la sala comenzaron a reír... incluso ella.
- ¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo lo has vuelto a traer? - le preguntó el Rey.
- Muy fácil. Sólo sé que alguien me dijo... que yo no estaba enferma.... solamente, estaba enamorada.
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