Iban por la ribera.
Delante de mí.
Paseando entre el bullicio, los mantones, las botas de vino, y los faldones de un doce de octubre.
Pasaban inadvertidos.
Ambos trabajaban en Tuzsa.
Y yo, mientras tarareaba alguna canción que reproducía el mp3, he pensado, otros pringaos como yo.
Y han seguido andando.
Y yo he seguido andando pensando en lo mío.
En alguna gilipollez seguro, y pensando que la vida es sueño. Y pensando en el sofá, en el silencio, el vacío, y el estar sin ti. Pensando en algunos recuerdos. Y pensando en los que hoy no han estado.
Y he seguido pensando.
Y ella se ha ido acercando a él.
Y han seguido caminando.
Hasta que al final, al cruzar el paso de peatones, y llegar al Puente de Hierro, he visto que iban cogidos de la mano.
Y será la magia del puente.
Y será su amor, pero entonces, me he dado cuenta de que nunca antes Las Fuentes y Parque Goya, o Valdespartera y San Pablo, habían estado tan cerca, cómo cuando ellos lleguen a casa, y se abracen en el sofá.
Vivan las frecuencias del bus.
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