Javier nació hace cinco meses.
Y no era un niño cualquiera. De él, dependía la vida de su hermano, Andrés, que ahora por fín cumple siete años.
Andrés tenía una enfermedad grave, genética, una anemia severa.
Tan sólo la donación de las células del cordón umbilical de su hermano lo podían salvar. Pero sus padre no podían tener un hijo sano; corrían el riesgo de tener un hijo que tuviera la misma enfermedad que el mayor, e incluso peor.
Con el tiempo, la medicina y la investigación, abrieron una posibilidad, un rayito de esperanza... un bebé elegido genéticamente podía salvar a Andrés, darle un hermanito y colmar a sus padres de felicidad.
El milagro se ha cumplido. Se llama Javier, tiene cinco meses, y ha salvado a Andrés.
Y a aquellos católicos apostólicos, a aquellos cerrados de mente, a aquellos retrogados que rezan por la noche e injurian durante el día, sólo les diré una cosa...
ojalá pudieran sentir lo que yo he sentido cuando he visto en la tele las imagénes de Andrés abrazado a Javier, dándole besos en la cara. Ojalá. Porque eso significaría que están vivos y que para ellos también hay algo de esperanza.
Hoy esos dos niños son la imagen de que la vida merece la pena, de que hay esperanza para todos, 46 familias ya han pedido lo mismo, y ésta noche, seguramente, soñarán con un rayo de sol, y dormirán un poco más tranquilos.
Esto es un milagro, y esto demuestra, que tal vez, exista algo. Se llame como se llame.
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