martes, 3 de marzo de 2009

La Princesa que no veía el sol

La Princesa decidió que nunca más iba a llorar.  Nunca.
No lloró cuando se acabó el colacao que todas las noches tomaba mirando las estrellas.
No derramó ni una lágrima cuando el jilguero que cantaba en su ventana se murió.
Dijo que no lloraría y no lloró cuando la pelota de jugar al fútbol se pinchó y desapareció en el rincón de su memoria.
Ni una lágrima, ni una sola, cayó por su mejilla cuando se rompieron los tacones de todos sus zapatos.
Ni siquiera cuando se le olvidaron todas las canciones, todas las palabras de amor, ni cuando su corazón se llenó de sueños rotos e inacabados.
Tampoco lo hizo cuando sus vestidos envejecieron, cuando su pelo se cardó, cuando sus uñas se rajaron por la humedad del reino, ni cuando su piel siempre se erizaba por la corriente de los vacíos pasillos.
No lloró cuando todos la abandonaron, cuando el silencio se hizo protagonista del castillo, cuando los miedos se agolparon en todas las esquinas.  No lloró.
No lloró cuando recordaba los días en que el heladero cruzaba el patio del palacio con los helados de limón más ricos del mundo.   Tampoco cuando el sastre le traía las capas mágicas que el Hada Maravilla encantaba para que ella pudiera ir y venir sin dar explicaciones.   Ni siquiera cuando los cuentos desaparecieron y cuando los poemas ardían al abrir los libros.
Ni una lágrima, ni una, gastó cuando no supo que era el café, cuando no recordaba que era un periódico, cuando se olvidó de querer, de compartir, de vivir...
No lloró cuando las nubes cubrieron todo el Reino, cuando la niebla cayó cubriendo las calles y los recuerdos... pero una mañana despertó.
Despertó sin recordar nada.  No sentía nada.  No sabía si vivía o no.  No recordaba lo que era reír ni sabía si sonreía o no, porque no recordaba sonreír.  No sabía lo que eran los besos bajo la luna, aunque hiciera frío.  Ni por tanto recordaba lo que era una mano que rozaba tu mejilla o un abrazo que te tranquilizará tras una noche de oscuros miedos.
Pero esa mañana despertó.  Se asomó a la ventana y un rayo de sol entró por una grieta de las nubes que cubrían el Castillo.... entonces lloró.  Una pequeña lágrima cayó por su mejilla, y comenzó a recordar... recordó todo lo que había olvidado.
Recordó lo que era el sol, lo que era querer, lo que era vivir, soñar, dormir, hablar, cantar, crecer, avanzar, abrazar, rodear, brindar, sentir, amar, construir, intentar, encontrar... y entonces, decidió que lloraría cuanto quisiera.  Porque tras cada lágrima siempre encontraría una sonrisa.

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