lunes, 25 de enero de 2010

¿Si te dejan de regalar calcetines de colores, si las rayas se convierten en grises y negros, te has hecho mayor?
En esto pensaba la Rebe in the city, para calmar sus odios, sus ansías o sus sueños.  No soportaba ver mal a según que personas.  Ni que las voces sonarán triste al otro lado del teléfono.  Ni que las vidas se desmoronarán, aunque no fuera así y tan sólo parecieran temblar un poquito.  No en aquellos a los que quería.
Pero su sofá cheslon cama se había convertido ya en un diván donde contar las primeras penas. Y dónde hacer las primeras confidencias.  Y aunque el cielo a veces podía parecer encapotado, a las seis menos veinte de la tarde también podía salir el sol.  
Y entonces, al volver a casa, tras hacer todo lo que debía hacerse un lunes, o lo que no, o lo que se podía dejar para un miércoles, pensaba en los cuentos.
Pensaba en aquella vez que al dormir soñó con ellos.  Si Pinocho no hubiera sido un mentiroso, si la princesa de las trenzas rubias se las hubiera cortado y no se las hubiera tendido al príncipe valiente que vino a salvarla (mucho más sufrió ella el que el joven muchacho subiera por sus cabellos), o sí el Soldadito de Plomo hubiera dejado plantada a la engreída bailarina.  Qué habría sido de nosotras si Aladino no hubiera robado la lámpara, o si a Blancanieves lo hubieran gustado las manzanas, ni la Bella Durmiente hubiese probado el placer de echar una cabezadita.  Que cambiaría en el mundo si los Siete Cabritillos no hubieran abierto al lobo con patas de harina, si Cenicienta hubiese calzado unas botas inamovibles, si el Hada hubiese sido Hado, si Goliat no hubiese tenido gigante, si Simbad el Marino hubiese tenido miedo al agua, el Patito Feo hubiese sido un presumido, y si los tres Cerditos hubieran sido lechuzas...
En eso pensaba, para no pensar en lo que debía pensar.  Que había construido muros tan altos que ahora no podía saltar por ellos, rodearlos le costaba días, horas... y esperar era la parte más cómoda de los cuentos.... pasar hojas, hojas, y hojas, hasta ver que siempre, o casi siempre, acababan con un final feliz.  O eso esperaba, aunque ya no fuera una Princesa.

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