Iban a subir al coche. Irían a Ikea. Comprarían una nueva vajilla. En el maletero llevaría la vieja vajilla de la Rubia. Irían a un descampado. Y comenzarían a romper platos y vasos y tazas y platos. Era un exorcismo. Se lo había recomendado su amigo, el artista.
Y ambas, esperaban que funcionará. Y sino, habría vajilla nueva.
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