Pero los domingos son días astutos. Que engatusan. No le gustaban. Podían ser perfectos amantes o perfectos asesinos. Y pese a que el último golpe lo había asestado ella. Pese a que la recompensa llegó exactamente a las 05.25 de la mañana, cuál ibuprofeno ante una esperada resaca, no podía dejar de sonreír de soslayo. O de sentirse cansada. O pérdida, sin quererlo. Y sin estarlo.
Y no podía ver a según que personas tristes. Y lo había notado en su voz. Y tampoco podía escuchar según que canciones. Ni ver según que películas. Ni podía enterrar al olvido, y matar a los recuerdos.
Pero volvió a coger el libro entre sus manos, y pensó, que algunos domingos deberían dedicarse únicamente a leer, bajo una buena manta.
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