domingo, 24 de enero de 2010

A la Rebe in the city le faltaban horas.  Horas o días.  Porque su agenda estaba colapsada.  No en vano, el tiempo que tenía libre lo dedicaba a su gran plan.  A su casa.  Y no en vano, en los últimos meses, se sentía más feliz que nunca.  O al menos, más tranquila que nunca.
Pero los domingos son días astutos.  Que engatusan.  No le gustaban.  Podían ser perfectos amantes o perfectos asesinos.  Y pese a que el último golpe lo había asestado ella.  Pese a que la recompensa llegó exactamente a las 05.25 de la mañana, cuál ibuprofeno ante una esperada resaca, no podía dejar de sonreír de soslayo.  O de sentirse cansada.  O pérdida, sin quererlo.  Y sin estarlo.
Y no podía ver a según que personas tristes.  Y lo había notado en su voz.  Y tampoco podía escuchar según que canciones.  Ni ver según que películas.  Ni podía enterrar al olvido, y matar a los recuerdos.
Pero volvió a coger el libro entre sus manos, y pensó, que algunos domingos deberían dedicarse únicamente a leer, bajo una buena manta.

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