lunes, 2 de junio de 2014

Ocho minutos...

Te diré, ya estás aquí otra vez.
Ya vienes con el corazón roto chiquilla.
Solo te acuerdas de mí los días en que te sientas en el sofá, con la mirada perdida.
Los días en que sientes escalofríos y en la calle hace cuarenta grados a la sombra.

Dibujas sombras chinas en la pared,
dices que quieres sonreír para que se vayan los miedos.
Balanceas los pies en el aire,
das patadas a la pena para que no se quede en casa.

Y ahí estás otra vez...
escribiendo versos que luego no dejarás leer a nadie.
Fingiendo ser personas que no eres
y riendo en alto, para que el baile de la muerte no te rodee.

Y no quieres que te diga que es fácil olvidar
porque tu botón de recordar se quedó atascado.
Borras los buenos momentos mientras lames las heridas,
el resto de cosas quedarán atrás con facilidad.

Vuelves a escribir. 
Te veo mirar al horizonte.
Pierdes tu vista en planes que cogerás con fuerza
como cada vez que te arañan el alma.

Eres fuerte.  Pero desconoces cuánto.
No te permites ni un descuido,
pero perdiste el guión y dejaste que la vida te hiciera cosquillas.
No olvides el pasado.  Recuérdalo.

Agarra con fuerza lo que tienes.
Besa al desaliento hasta que te deje sin respiración.
Lo mejor de todo, es que todo pasa.
Pasa lo que queremos, con lo cual también pasa lo que no.

Y mírate, mira todo lo que tienes.
Si has llegado hasta aquí, aún con fantasmas,
quedarte a esperar un poco más no será problema
quizás al final, merezca hasta la pena (y sus penas).

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