lunes, 2 de junio de 2014

El día en que abdicaste

Está bien que te hagan daño un día señalado.  No por nada.  Pero así, cuando tengas algún momento de duda o de recaer, siempre habrá algo que te recordará lo tonta que pudiste llegar a sentirte.  
Lo cierto es que todo acaba.  Y lo que importa son otras cosas... disfrutar de un gran día de trabajo, demostrarte lo que vales, ponerte al límite de tus posibilidades, superar incluso unas décimas de fiebre y forzar la voz hasta pensar que no vas a poder acabar de contar historias...  
Luego llegan los mensajes con alegrías... la primera imagen de Garbancito y las sonrisas de los que esperan cuando se habían cansado de esperar o cuando ya no podían esperar más.  Las sonrisas gratuitas.
Y el cariño.  El amor inmenso de quién te quiere.  De las manos que pueden colocarte tabla a tabla un camino que te lleve hasta la ciudad de Oz.  
Y tal vez, hay cosas que duelen, pero solo las que dejas que te duelan.  Un poquito, acurrucate, y no te hagas la dura de inmediato.  No tienes miedo a qué no te quiera, o a no levantarte, o a no andar, tienes miedo a que este ya sea el motivo por el cual tu coraza se vuelva más de piedra que nunca... por eso, no tapes la rendija, déjala abierta, que alguien ve la luz que entra (o que sale), porque tú no tienes culpa... algún día los fantasamas dormirán contigo, compartiendo abrazo, y será alguien que sí merezca la pena.  No que huya en cuánto te des la vuelta y empieces a desvanecer...

No hay comentarios: