Ni que decirte.
Veo venir los problemas y me lanzó como una loca. No sé estarme quieta. Lo veo venir. Lo veo venir. Pero me lanzó. Y llega. Y entonces... encuentro el abismo.
Y las preguntas me golpean cuál gravedad llena de desencantos.
Y no entiendo nada.
Y eso es lo que peor llevo.
Eso, y que no puedo llorar.
Y me preguntó que hago mal.
Porque elijo tan absolutamente y pienso que tal vez sea un castigo divino por lo que hice contigo. Y por lo que haría contigo también. Y por lo que hago.
Y no es que sea fuerte. Tal vez, soy la más débil de todas. Pero tengo una necesidad inmensa de ser feliz, y sé que cuesta, y que nada es fácil ni difícil, y que si no lo intentas, el miedo te comerá.
Y no odio. No te odio. No le odio. No. No puedo odiar. Coloque una muralla a mi alrededor para que las cosas no me hicieran daño, y también yo tiemblo cuándo quiero ser feliz, y también yo no sé que hacer cuando llega el querer, y también yo me he perdido y me ha costado encontrarte, y aún incluso, ahora, lo sigo haciendo.
Pero me dormí, y al despertar, vi que estaba rodeada de un montón de personas que me querían. Y yo caía otra vez en un abismo, y allí estaban.
Acepté lo que no me gustaba, lo que no me gustaba de mí, cosí las cicatrices y decidí tirar para adelante, sonará en consonante o asonante, y comencé a quererme.
Por eso ya no doy rodeos. Por eso voy hacía adelante. Y por eso, me da tanta pena. Porque no entiendo que la gente pueda ser feliz y no quiera serlo. Que esperen a que la vida les de imágenes de su futuro y pistas. Entonces sería más fácil, claro. Pero vivir, es el deambular constante entre la felicidad y el resto de las cosas que puedan llegar.
Y lo peor es que no puedo odiar, ni encontrarte, ni entenderte, ni ayudarte, y sé que yo estoy en medio, y que todo depende de mí. Y ahí sigo.
Mientras pueda.
Seguiré.
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