jueves, 19 de noviembre de 2009

esos lugares

Vuelvo.
Mientras estudiaba en la Universidad, un profesor me dijo más de una vez que había que tener un jardín secreto.  Un lugar al que volver.  Un paraíso personal que nadie nos pudiera arrebatar.  Ni siquiera el tiempo.
No lo entendí muy bien.  Pero con el tiempo lo ha comprendido.
Y vuelvo.
Este fin de semana, vuelvo al pueblo.
Es mi rincón.
Todo el mundo tiene que tener un lugar al que poder volver.  Y sé tienen muchos.  Siempre te gustaría volver a aquel sitio donde diste aquel beso, donde te abrazaron, donde tomaste un café en aquel viaje al fin del mundo... siempre.
Pero hay lugares que nos recuerdan quienes somos, que nos hacen resucitar, que nos quitan los miedos, si los tenemos, y que nos hacen cicatrizar.  Los lugares donde sabemos que nada malo pasará, y que podemos ser felices sin nada más.
Yo el sábado iré a la peluquería, y después corriendo gastaré 20 euros en un AVE para llegar cuánto antes.  ¿El motivo? Sentarme en el corral, con el sol en la cara, con la sudadera vieja, con un libro en la mano y un café en la mesa.  Y leer.  Pensar.  Y vivir. Y después, pasar toda una tarde y toda una noche con esas personas a las que quieres, las que te conocen como nadie, a las que les importa un pito lo que seas en tu trabajo, lo que prometas ser o lo que puedas llegar a ser.  A las que tan sólo les importas tú.  Sin más.
Dice un amigo mío que a los hombres les dan miedo las mujeres que brillan más que ellos.  A mí me gustan las estrellas brillantes, las que más brillan en el cielo, y las que están a punto de apagarse.  Y no tengo miedos.  Ya no.  Es lo bueno, de tener un objetivo sencillo en la vida, y que pasa, únicamente por ser feliz, y que los demás lo sean conmigo.

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