jueves, 27 de noviembre de 2008

Despedida sin adiós

Hace días que empece a llorar sin acabar.  Hace días que quiero decir miles de cosas y no me salen.
Ojeras. Poca voz. Cansancio.  Dolor de espalda.  Temblor de ojos.  No estoy en mi mejor momento.
Pero mientras tanto, pienso en todo lo que he aprendido de ella.
Entre el coraje, el tesón, la valentía, y la supervivencia, siempre tengo un recuerdo, tal vez de los primeros...  al que se unen los helados de cubito de colacao, los bocadillos de salchichon-tranchete-lechuga y torto-, el colacoa a las doce de la noche en el paradero, y tanto tantos otros...
Pero ella, entre todas esas cosas, me hizo querer los cuentos.  Son una fanática.  Y todavía recuerdo como me los contaba cuando dormía con ella en aquella cama que me parecía enorme y hoy veo tan pequeña.
Ahora la situación ha cambiado.  Y es al revés.  Ahora ella escucha los cuentos y los vive.  Caperucita vino ayer y le prestó su capucha roja.  Hansel y Gretel le trajeron un puñado de chocolate.  Pulgarcito vino montado encima del lobo feroz.  Los siete cabritillos traían un paquete de harina, para esconderse del lobo.  Blancanieves seguramente le traerá una manzana, o un espejo para una buena presumida.   Cenicienta le prestará sus zapatos y su vestido, sin calabazas, y seguramente la Bella Durmiente, la reciba con un bostezo.  Aladino le dará un paseo en su alfombra voladora.  Los tres cerditos ya merendaron hoy con ella.  Alicia volvió del País de las Maravillas para hacer ganchillo con ella.  El soldadito de plomo estuvo toda la tarde vigilando su cama desde el pasillo y Simbad el marino se quedo en el lavabo para que nadie escapará por allí.   Mientras tanto, sé que Peter Pan se la llevará a nunca jamás... y que entonces habrá acabado la despedida que nunca tuvo un adiós.

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