El sol iba y venía en la ventana.
Las nubes intentaban cubrirlo, pero salía un rayito.
Así se sentía la Rebe in the city.
Porque la vida es un buclé constante.
Porque sabía que él, tenía razón.
Que eran tontas. Que la culpa, la mayoría de las veces la tenían ellas.
El capítulo de hoy tenía una imagen de su amigo M.E. metido en la cama pensando... cómo pueden ser tan majas, tan inteligentes, simpáticas, tan capaces de hacerle la vida más fácil y feliz a cualquiera, y cómo pueden dejar que las traten tan mal.
Sí amigos.
Eran especialistas en elegir al hombre inadecuado.
Pero ellas mismas sabían que el resumen, la solución, era un tal vez.
Tal vez si te equivocas al elegir, nunca tendrás el miedo a equivocarte, a sufrir de verdad, el miedo a intentar ser feliz.
Y ella, o ellas, lo único que querían era resucitar. Levantar la mano, y mirar al sol sin cerrar los ojos.
Se daban sin quererlo. Casi demasiado pronto.
Y se volvían bocas mordidas, se sentían en medio de una farsa, no entendían nada, se atravesaban, y se daban cuenta de que el agua a veces no apagaba la sed, que no había silencios en las canciones, ni palabras que no tuvieran recuerdos. Se sentían invitadas a un baile al que habían acudido sin tacones. Cenicientas desnudas de deseos.
No quiero batirme en duelo. Quiero saber dónde perdí mi ropa. Saber que sientes por dentro. Saber dónde estás. Saber dónde te fuiste.
Y que nunca dejes de contar conmigo.
Se sentían descalzas en la carrera de vidas que se cruzaban en miles de desvíos.
Y la Rebe ya no sabía si perdía el equilibrio, o si nunca lo había tenido.
O si no existía.
El viento soplaba. Y ellas aguantaban el equilibrio, como podían.
Y querían saltar. Echar a correr. Abrazarte. Saber que aún estabas ahí.
Las cartas sobre la mesa.
Deja de contarme mentiras. Se alejan, se acercan, suelto tu mano, y aparecen tus pasos. Y me culpo por volverme loca, por volverme loca por ti.
No sé.
No sé que hacer.
Ya no sé.
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