lunes, 27 de mayo de 2013

Se agarra a su mirada. Como sí fuera el último recurso que tuviera. Como sí nada pudiera suceder allí dentro. Le toma la mano y se la acaricia. Besa su espina dorsal y le susurra un te quiero que se desvanece tan rápido como la luz al apagarse. De fondo suena una canción francesa que le recuerda lo que fueron y lo que podrían haber llegado a ser. Tiembla cuando su boca recorre ciertos huecos de su desnudez. Y el deseo se desparrama cuando llega a las partes de su cuerpo que esconde para todos menos para él. Sabe que tras ésta noche no habrá despedidas, ni te quieros a media luz, ni escapadas, ni desayunos en la cama ni bailes en el pasillo. Se acabarán las frases escondidas en los rincones, los nudos en la garganta, la falta de aire al respirar, los reproches tapados en el primer café de la mañana, los silencios prolongados y las ganas de tocarnos sin tocar. Cuando suelte tu mano. Y borre tus besos, recoja mis miedos y mis temblores, apague la luz, salga por la puerto y cuando pierda tu mirada. Cuando cierre la puerta me habré ido para siempre. Tal vez para nunca. 

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