domingo, 4 de septiembre de 2011

Tomó la taza y la dejó sobre la mesa.
Fuera soplaba el viento, que intentaba dar una pequeña tregua al intenso calor de los últimos días.
Se sentía atrapada y paralizada, y así no podía seguir.
Quería tejer una red tan fuerte que nada ni nadie la rompiera. Y no se atrevía a decirle que si no lo acababa de querer era porque lo quería, y porque le daba un miedo atroz que pudiera hacerle daño.
Quería decirle que no debía quererla porque siempre dejaba el bote del champú abierto. Porque acaba comiendo más de una vez cosas caducadas. Porque no le gustaba la sopa, y eso que alguna vez le había recordado el mar. Porque una vez soñó que bailaba tanto que se agotaba, y otra vez que caía con un coche al agua y no recordaba si lograba salir fuera o no. No quería que la quisiera porque siempre se dejaba algo en el vaso, nunca lo apuraba. Y porque le gustaba el agua fría aún en invierno. Y porque siempre sonreía, incluso aunque por dentro estuviera revuelta. Y aguantaba los llantos, hasta que una imagen tonta o una canción le hacían derramar alguna lágrima. Y no quería decirle que con él todo era más fácil. Y que el día que no lo veía era más triste. Y no quería decírle todo esto, porque tal vez, en lugar de ser los motivos para no quererla, tal vez, fuesen para quererla.
Cogió la carta y la rompió en pedazos.
Tal vez saliese a dar un paseo.
Aunque fuera noche cerrada.

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