Se sentía fuerte. Aunque a veces le fallarán las fuerzas o se quedará sin energía. Sabía que era porque tus hilos aún la envolvían. Porque había sido una simple muñeca, que bailaba alrededor de tu órbita. Un día la querías, y treinta la ignorabas. Sabía que la utilizabas. Que te apoyabas en ella para ser mejor.
Aquella noche no fue distinta. Todo siguió su curso. Hasta que la copa que sujetaba en la mano se le cayó al suelo. Las margaritas se mustiaron. Y el cactus murió.
Había sido muy tonta. Tan tonta, que creyó que igual la habías querido. O que al menos, en algún momento, la habías necesitado. A veces aún lo duda. Aunque cada vez está más segura de que tan sólo fue un embrujo de la noche.
Ahora lo único que quiere es saltar. Bailar como una loca y cantar a voz en grito. Calzarse los tacones. Ponerse unos pedientes, y pintar sus labios. Quiere besar sin parar. Pero lo cierto, es que los primeros besos que no fueron tuyos le dolieron. Los siguientes empezaron a cicatrizar sus heridas, y ahora, sólo recuerda un beso.
Pese a todo, de vez en cuando, sonríe para adentro. Lo hace porque sabe que un día, uno cualquiera, un escalofrío recorrerá tu espalda, y sabrás que te equivocaste. Un día en el que no sea ella la que abra la puerta, la que te agarre para no caer, la que te sujete, la que vigile tus sueños, la que te regale un cuento, o la que te cuente cualquier chiste malo. No será ella. Y no la reconocerás en otros ojos que te miren, porque no habrá ninguna mirada que sonría como la de ella. Y entonces, comprenderás, que pudo ser lo que mejor que haya pasado, o que te hubiese pasado, o que te habría pasado... Entenderás, que ella no sabía conjugar verbos, pero podía volver presente cualquier pluscuamperfecto.
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