lunes, 1 de marzo de 2010

Ultimamente me debato en un continúo yinyang... En una guerra interna. En un lado bueno, y un lado malo. Y me pasa con mi relación por ejemplo, con la ciudad.
Hay días que necesito salir de Zaragoza. Huir. Escapar. Pero cuando peor estoy, de repente, me reconcilio con ella gracias a algo.
Ayer fue la luna. El cruzar el Puente de Santiago a las diez y media la noche bajo un leve viento que te hacía sonreír, pese a las mierdas. Hoy ha sido la luz contra la fachada de la Iglesia que hay al salir de mi casa. Luego ha sido El Pensador de Rodin con el Pilar de fondo. Me gusta Zaragoza. Y sobre todo me gusta, que conforme cambia de luces y colores, cambia de forma, y de fondo, y de contenido.

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