miércoles, 23 de septiembre de 2009
Cuentos
Ella se creía Caperucita subida alfombra voladora que en algún momento del camino había perdido su lámpara mágica. Buscó por el camino del bosque, a ver, si por un casual, se le había caído cuando se dirigía a la Casita de Chocolate. Y no encontró nada. Si al menos también tuviera su varita mágica, podría haber hecho un conjuro y haberla localizado. Creyó que sería culpa de los siete enanitos, que habían aprovechado la siesta del domingo para sacarla de su bolsa con siete habichuelas mágicas que hacían crecer una planta que llegaba hasta el cielo. Susurró unas palabras al aire... y no hubo polvos ni estrellas. Tal vez, el lobo feroz se la robó el viernes mientras aprovechó esa canción lenta para cogerla entre sus garras e intentar desgarrarla. Pero ella, que por la noche se vuelve un poco bruja, había roto el hechizo, y había podido escapar. En parte, gracias a aquel puesto Príncipe que corría por la calle, y aquel otro chico, que se había batido en duelo con las hadas el día que ella había decidido ir a buscar su sapo. No estaba bien intentar unir a Campanilla con Robin Hood de los bosques. Pero tampoco tenía lógica que la Sirenita intentará ligarse a Barba Azul sólo porque su barba era del color del mar, y del cielo. Había tomado café con la Bestia, que se había peleado con Bella. Y había hablado con Bella por teléfono que se había peleado con la Bestia. Después trató de merendarse un Soldadito de Plomo, pero al joven no le gustaba el Acuarius de Naranja. Anduvo por las cimas de los árboles, por los recovecos de las montañas, por los meandros de los ríos... Cantó una canción que compuso con los acordes del sueño de Simbad el Marino. Vibro valiente al oír el maullido del Gato con botas. Intentó convencer a Blancanieves de que algunas manzanas tenían gusano dentro, y a Cenicienta de que el cristal era un porquería comparado con la polipiel de los zapatos de Zara en rebajas. Qué el patito feo, nunca era tan feo, y que Pinocho mentía demasiado poco. Que no había sastrecillo que no fuera valiente, y que tal vez, algunos cuentos, habían dejado de lado una cosa... que a veces, cada uno, podemos escribir nuestro propio cuento, con nuestros propios personajes, y con nuestras propias historias.
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