viernes, 11 de mayo de 2012

Su planta favorita esa mañana le regaló una flor.  Desayunó una galleta con superpoderes, y comprendió que todo comenzaba de nuevo.  Se cansó de estar perdida, de quedarse en la cuneta, y rompió a reír a carcajadas.  Escupió a la suerte, se subió a su escoba e intentó seguir al dragón de los mofletes sonrosados que no sabía escupir fuego.  Regresó de nuevo para luchar con más fuerza.  No sabía por quién, pero allí estaba.  Se calzó sus viejas botas, echó al hombro su capa y corrió con fuerza para recoger su espada, la que dejó tirada alguna noche tonta en cualquier calle de esa ciudad del viento.  Escribió con tinta de oro las preguntas para las que quería respuesta.  Escondió respuestas escritas en tinta de plata que no quería encontrar nunca.  Saltó sobre las olas de la vida, y el destino le devolvió la mirada, guiñándole incluso un ojo.  Se comió entera la manzana, tiró las migajas para ver si volvías y se dijo en voz alta que nada se escribe para siempre.  La primavera la sorprendió agotada de soñar, y la bruja crisis le dejó sin ganas de bailar.  Pero siempre aparecía un zapato de cristal, un beso dormido, una bailarina coja, una casa de chocolate, o un cazador amable que sacara un mapa y le dijera como podía acudir al castillo.  Se extravió en el día, como si fuese de noche.  Y a base de caer y levantarse, comprendía todo lo que le ocurría por las mañanas.  Se inflaba como si fuera a echarse a volar, y salía con fuerza... pero después caminaba, y el precipicio de la vida, le hacía temblar sin motivos.  Pero una madrugada, por la ventana, entró el polvo de hadas que se había esfumado de la cama.  Ríeme y llórame, porque sin ti, los días serán más parecidos a los que nunca quise vivir.

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