sábado, 12 de febrero de 2011

Granos de arroz


La Rebe in the city creía que todo se debía a un sueño que tuvo una vez.
Lo suponía, porque segura, ya no estaba de nada.
Había soñado que tú le habías dicho, si logras contar cuántos granos de arroz hay en una tarrina precocinada de Brillante, te querré para siempre. Y así fue. Cómo una loca había comenzado a contar un grano, y otro grano, y otro, y otro, y otros dos, y tres, y cuatro, pero siempre cuando se acercaba a los últimos que quedaban pegados en las paredes del recipiente, ocurría algo. Un maremoto, un seísmo al otro lado del mundo, llegaba un mensaje al móvil, o sonaba el timbre de la puerta. La vecina de arriba saltaba como una loca sobre su cabeza, o se encendía por sorpresa la lavadora, o simplemente, dejaba por un microsegundo de pensar en ti y se preguntaba qué hacía contando granos de arroz.
La Rebe in the city era la niña que más reía en la guardería. La niña con la sonrisa más bonita. Y creció, y siguió siendo así. Pero de repente un día había dejado de reír tanto como antes. No es que no lo hiciera, pero guardaba todas las sonrisas para soltarlas cuando tú estuvieras presente. Aunque ni siquiera estaba segura de que existas.
La Rebe in the city había pérdido su corazón. Te lo llevaste envuelto en niebla una noche de invierno cuando le dijiste te quiero al oído. Y ella se había quedado allí. Quieta. Parada. Con un gran vacío en el pecho.
La Rebe in the city tampoco sabía a ciencia cierta si te quería. En realidad no sabía ni quién eras, ni si existías, ni si te encontrabas allí con ella, o hacía semanas que habías volado o desaparecido para no volver a aterrizar a su lado.
La Rebe in the city estaba segura de una cosa. Sólo con ella ibas a ser realmente feliz. Y eso no significaba algo malo o bueno, o mejor o peor para ella. Podrías estar con cualquiera, eso no era el asunto, pero lo cierto, es que ella sabía y sentía y casi sospechaba que tú también lo sabías, que sólo con ella serías feliz toda la vida. Y por eso, a ella a veces le daba pena. Porque podrías ser feliz, porque lo tuviste cerca, porque lo rozaste con las yemas de los dedos, porque llegaste a abrazarla, pero la historia se había acabado. O al menos, a este punto y seguido, estaban a punto de cambiarlo por un punto y aparte.

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